jueves, 20 de enero de 2011

Reforma fiscal

09:24 a.m. 19/01/2011 Editorial La Nación

La reforma fiscal, como era de esperar, fue recibida en el Congreso con anticipadas manifestaciones de rechazo. Los argumentos enfilan contra las medidas propuestas, sin considerar el contexto económico y las necesidades del país. Así es mucho más fácil hacer oposición.

Costa Rica encara, por ejemplo, su tercer año consecutivo de déficit fiscal y los excedentes habidos en años anteriores dejaron de existir merced a la crisis económica mundial. Esos recursos, hoy ausentes de las arcas del Estado, permitieron poner en práctica políticas anticíclicas a cuyo amparo el país salió bien librado del derrumbe financiero. Ninguna culpa tuvo Costa Rica de la debacle internacional, pero sí mucho mérito en la tarea de aminorar sus efectos.

No todo se hizo bien y este diario señaló, oportunamente, sus objeciones. A corto plazo, el incremento en la planilla del Estado frenó el desempleo, pero dejó un legado de angustiante presión sobre las finanzas públicas. Sin embargo, con miras a la discusión de la reforma fiscal, lo importante es señalar que las arcas vacías no son producto del gasto irresponsable, sino de una necesidad apremiante cuyo surgimiento no es imputable al manejo local.

Si persistiera el desequilibrio de las finanzas públicas, la economía y no el Congreso se encargará de pasar la factura mediante la inflación –el más cruel de los impuestos–, el aumento en las tasas de interés y el freno al crecimiento necesario para recuperar el terreno perdido durante la crisis.

Tiene también el país tareas pendientes, necesarias para mejorar la competitividad de sus industrias y la calidad de vida de sus habitantes. La red vial, en lamentables condiciones luego de la pasada estación lluviosa, exige inversión en beneficio de la ciudadanía y de la producción nacional. El programa de expansión de la Fuerza Pública y la erradicación del hacinamiento en los centros penitenciarios, es requisito para mejorar la seguridad ciudadana.

Como si los embates de la naturaleza y de la crisis económica mundial no fueran suficientes, el gobierno de Daniel Ortega nos recordó, con dramatismo, la necesidad de mejorar la vigilancia en nuestras fronteras. Con ese objetivo en mente, el Gobierno también clama por recursos, si bien lo ha hecho de manera confusa y hasta contradictoria.

En las circunstancias, es muy probable que todos los partidos representados en la Asamblea Legislativa, si estuvieran en ejercicio del Poder Ejecutivo, intentarían recaudar nuevos recursos para el Estado. Una oposición responsable debería reconocerlo y coadyuvar para producir la mejor reforma posible.

En lugar de una discusión profunda, con la situación de la economía como marco de referencia, la mayor parte de los diputados discute en el vacío sobre montos y porcentajes. ¿Es mejor el 13% que el 14%? Depende de las posibilidades y de las necesidades. Ese es el punto de partida para el análisis. En Chile, una economía modelo para los defensores del libre mercado, con la particularidad de haber sido manejada durante dos décadas por la izquierda, el impuesto al valor agregado es del 19%.

Es legítimo y necesario reclamar al Gobierno la racionalidad del gasto, pero tampoco basta argumentar, frente a la propuesta de reforma fiscal, la existencia de gastos injustificados o, como es frecuente, la persistencia de la corrupción administrativa. La racionalización del gasto y la erradicación de malas prácticas, hasta donde sea posible, no resuelven por sí mismas las necesidades planteadas.
La evasión fiscal es otro argumento socorrido contra la reforma. Si se cobraran bien los impuestos, dicen sus proponentes, la salud fiscal estaría asegurada. Quizá lleven razón, pero deberían decir cómo alcanzar ese grado de perfección en la recaudación. La transformación del impuesto de ventas en IVA no conseguirá la perfección, pero en todo el mundo ha probado ser eficaz para reducir la evasión fiscal.

El Congreso está a tiempo de replantear la discusión, tomando el toro por los cuernos y poniendo sobre el tapete los temas de fondo. Hacer de lado los argumentos huecos y las excusas para la oposición demagógica, es un punto de partida indispensable.

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